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Mi dedo meñique

Cuando mi hermana (mayor) cumplió 5 años, mis abuelos le regalaron un órgano Casio, medio de juguete, medio de verdad. Desde que tengo uso de razón hasta hoy, que lo tengo en casa, sigo jugando a tocar el feliz cumpleaños y alguna que otra canción que aprendí en internet.  Mientras escribo esto, me voy dando cuenta que muchas, muchas, veces, me imagino tocando el piano cuando escucho música.  Pero la historia no es sobre mis sueños de artista frustrados, que son varios y abarcan todas las artes, sino sobre mi dedo meñique.  Hace 3 años, subí una historia en Instagram tocando el órgano. Creo que había practicado varias veces una canción de Los Beatles y alguna otra. Al ratito, un amigo (hoy novio, y futuro marido), me escribió: “Yo no puedo coordinar de esa manera…Igual me intrigan un poco los dos dedos chiquitos para arriba. Una forma bastante cheta de tocar el teclado”. A lo que respondí: “Se me suben solos”. Hizo un chiste como que en otra vida había tenido doble apellido y vivía en

Ya no estoy enamorada

Se me caían las piedras pesadas y me golpeaban los pies. El pecho dolía, el estómago se me revolvía.  Ya no estoy enamorada.  Tenía los ojos hinchados de agua, tibios. Ardían. La piel descamada, sorpresiva como la caja de bombones de Forest Gump. Nunca sabía cómo me iba a despertar, ni con quién.  Habían portazos, gritos, insultos. Después, la violencia se apagó y se prendió la luz que iluminaba un amor hecho pedazos, un deseo inexistente, y una alternativa salvavidas que funcionó como el antibiótico genérico que nos recetan cuando aún no está el resultado del análisis. Un amor hecho pedazos: el mío. Y se me escapaban las preguntas. Se resbalaban sin que yo pudiera hacer nada para callarlas. Seguía enamorada, seguía con curitas. Seguía sin dormir. Seguía temblando.  Ya no estoy enamorada. Renacía, removía y me emocionaba. Los pedazos se unían, se desarmaban y llegaba a sostenerlos. A veces comía almendras bañadas en chocolate, a veces me quedaba en la cama. Pero en esos tiempos, tambié

Quién me amará más

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Veo mi vida como si fuera un entramado de escenas de una telenovela dramática. Me di cuenta de esto anoche, antes de dormir. Entendí que mi cerebro funcionó así siempre. Cuando tengo un plan, visualizo en detalle lo que sucederá o mejor, lo que quiero que suceda. El otro día vi por tercera vez la película “500 days of Summer” y la escena en la que se divide la pantalla y muestra, en simultáneo, la expectativa y la realidad, es tan maravillosa como dolorosa. No creo ser la única persona que vive a través de la expectativa, pero anoche sentí algo diferente. Vino a mí un pensamiento revelador, como si hubiera descubierto un secreto. Cuando construyo imágenes mentales de mis deseos, de las conversaciones que me encantaría tener, de las palabras que amaría escuchar del otro, de los logros que alcanzaría si no fuera tan cobarde, me veo a mí misma. Ahí, completa. Porque una cosa es imaginar que estoy viviendo algo desde mis ojos, como si fuera real, y otra muy distinta es ver la

Pandemia: miedos privilegiados

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Privilegio. Palabra que uso mucho por estos tiempos. Como si pronunciarla me hiciera más empática con los que no pueden quedarse en su casa, porque no tienen casa, o con quienes no saben cómo pagarán el alquiler cuando se termine el congelamiento, o con los que están solos, o las que cuarentenean con un violento. Ser consciente de que hay personas en una situación más complicada que la mía no es igual que ayudarlas. Entonces, prefiero admitir que, en este caso, uso la palabra privilegio como un aviso a quien lea este post. Levanto la mano antes de que me juzguen: tengo miedos privilegiados en tiempos de COVID-19 o coronavirus, para los amigues. Miedos que no tienen que ver con la muerte o con la crisis económica global (aunque ambas consecuencias me preocupan muchísimo, sobre todo por tener padres grandes y uno con Epoc). Pero no por eso hay que negarlos y meterlos debajo de la alfombra, porque las alfombras tienen sus límites y la tierra siempre termina saliendo por alguna esquina

Cuando el placer se escapa

Vivir del placer. De una autocaricia a otra. El azúcar en el paladar, el rosa del salmón frente a mis ojos, la explosión del orgasmo y el aroma a esencia de vainilla. Los dedos de una mano tocando la otra, la serie que me duerme, la película que transforma mi vida en un paraíso al lado de la oscura pesadilla que viven los protagonistas.Y si es bélica, mejor. La búsqueda de placer para apalear el estrés diario. Placer constante. Sin pausa. No vaya a ser que la serotonina se me escape por un hueco y entren preguntas con respuestas que me llevan a un solo lugar. No hay carteles, no hay direcciones, no hay coordenadas ni pistas. No hay migas de pan que pueda usar como guía ni recomendaciones en blogs sobre qué visitar una vez que llegue.  Cuando se detiene el placer y entran preguntas, las respuestas funcionan como el subte directo a la estación final: mi cuerpo. No hay salida. Es mi cuerpo, mi mente, mirada, son mis ideas, emociones y acciones. Es el mundo que me creo cuando no us

Clavate un visto

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Ahora que todos sabemos de astrología, coaching, yoga, filosofía, poesía y diversas temáticas que florecen en las redes, creo tener la licencia social para decir abiertamente que hace un par de años me hice la carta natal. Soy capricornio, tengo el ascendente en capricornio y la luna en libra, y gracias a algunas lecturas de mi astróloga y un google search profundo que no termina nunca, me atrevo a explicar en este texto que el signo en donde estuvo la luna en el día y hora en que nacimos, tiene que ver con la forma de vincularnos y la idea que tenemos sobre el amor. También hay algo de la madre pero esto, por ahora, lo dejo de lado. Porque no soy astróloga y es mi blog, tomo lo que me conviene. Resulta que Libra es un signo conciliador, volado. Le gusta fantasear y es romántico. Cuando supe esto, entendí un poco todo. Pero más allá de la idea que tengo sobre el amor, las telenovelas, el príncipe azul y todos los problemas que me trajo hasta el momento, hay algo más que ubico en mi l

El disfraz

Soy fan de creer que en esta vida, todo se entrena. Todos los días tenemos experiencias  — elegidas o no —  que provocan aprendizajes. La práctica hace al maestro, dicen, y funciona en el deporte, la resistencia física, la carrera universitaria o, incluso, el armado de un rompecabezas. La práctica, la llave del resultado. Creo que desde hace unos tres años, mi entrenamiento se ha basado en identificar disfraces. A veces a quitármelos y a veces a ponérmelos. Pero, en principio, se agudizó mi capacidad para verlos. Los míos, los tuyos, los nuestros. Hoy me puse a pensar en un disfraz que no sabía que era disfraz. O tal vez lo sabía, pero no había logrado detectar qué escondía. En una fiesta de disfraces, lo divertido es elegir el personaje, crearlo y que nadie te reconozca. Bueno, a veces no hay tiempo, uno se disfraza con lo poco que tiene a mano y se nota a primera vista quién es quién.  Y podría tirar frases ahora como "la vida es una fiesta de disfraces" por